2010/11/05

Yolombó 450 años

Viernes 9 de noviembre de 2007:

Solo media hora duró el viaje de San Roque a Sofía. Tuve que hacer tiempo una hora en el puente sobre la quebrada La Esperanza, pues el Nissan 78 que estaba para salir debía esperar un cuarto pasajero que pagara los cinco mil pesos para que al chivero se le justificara el viaje.

Me entretuve viendo pasar carros, los que vienen de Puerto Berrío y los que pasan apurados desde Medellín. Como ahora se está utilizando el río Magdalena para traer carga de importación desde Barranquilla, el paso de mulas de 22 llantas se ha incrementado por esta troncal. Por acá también pasan los pasajeros y la carga procedente de Cúcuta y Bucaramanga, como también los carros cisterna que traen derivados del petróleo desde Barrancabermeja.

También atravesaron el puente y subieron luego por un camino empedrado varias recuas de mulas dulcemente cargadas para una molienda de caña. En todos los casos un arriero les silbaba y las asustaba con el perrero para que atravesaran rápido el pavimento. El anhelado cuarto pasajero no llegó y en cambio sí pasó una volqueta Ford 59 grande, cargada con 13 toneladas de arena de revoque escurriendo agua por detrás. Como iba para Yolombó le pedí a don Enrique, el conductor, que me llevara a mi destino a lo cual accedió con la advertencia que se demoraría una hora en la subida pues para economizar llantas y combustible él acostumbra subir muy despacio.

Y sí, efectivamente nos demoramos una hora a pesar que la carretera, aunque destapada no tenía lodo porque los mismos conductores se han encargado de hacer el mantenimiento que la administración de Yolombó no ha querido realizar. Pero yo feliz, mirándolo todo con detenimiento, observando la vegetación muy espesa y bella, las mariposas de matices cambiantes, los tallos de los árboles revestidos con helechos y hongos, unas hojas gigantes y algunas flores coloridas. El asiento quedaba bien alto del suelo por lo cual durante casi todo el recorrido pude observar en detalle la carretera por la que acabé de bajar desde San Roque y esas montañas antioqueñas, altivas, verdes y hermosas.



Hasta el alto de la Virgen el ascenso es empinado y a partir de allí empieza un descenso de diez minutos hasta la tierra de la Marquesa. Como don Enrique no entraba a Yolombó, sino que seguía como hacia Medellín a dejar su carga en ‘el edificio’, entonces me bajé al llegar a la troncal del Nordeste, en proceso de pavimentación y que sigue para Yalí y Vegachí. Anduve una cuadra a pié hasta cuando pasó un motociclista que atendió mi solicitud y llegué de parrillero hasta el Hospital San Rafael. Inmediatamente  pasó el colectivo urbano que por 500 pesos me acercó al parque principal.

El bus da una vuelta por el barrio San Vicente y se pasa por un punto desde el cual se aprecia muy bien la iglesia de Yolombó, allá sobre la cuchilla, imponente y solemne. Le pedí al conductor que parara para tomar una foto a lo cual accedió con gusto. Para colmo de bellezas en ese momento un arco iris inmenso apoyaba una de sus puntas justo sobre la iglesia parroquial. Qué espectáculo tan bello este  atardecer de invierno y cuánta tranquilidad y paz  inspira el arco de los siete colores.



Como cuando llegué al parque ya iban a ser la cinco de la tarde, inmediatamente  me dirigí al Palacio Municipal con el ánimo de sacar copia de mi registro civil en la oficina de la Registraduría. Quien montaba guardia, metralleta en mano, en la portería de la Alcaldía, era nada menos que Jerson David López, el agente de turismo que conocí en Sonsón en el pasado Encuentro de Vigías de Patrimonio. Me sugirió que fuera a la Casa de la Cultura y hablara con   la Directora de Cultura del Municipio. Donde antes funcionaba una escuela, en Plaza Vieja, allí queda la Casa de la Cultura.  Es una edificación grande y cómoda y parece que tiene muchas actividades a juzgar por la cantidad de personas que había a esa hora.

Luego aseguré mi dormida por $ 15.000 en el Hotel Riachuelos, en lo que llaman El Hoyo, a media cuadra de la plaza principal. Una habitación cómoda. A manera de comida pedí una sopita de patacón deliciosa y un claro con bocadillo El Caribe, que siempre me recuerda a mi hermanita Luzo. El sabor del claro es de lo mejor que he probado.

A las nueve de la noche me vine para la plaza a tomar café con pan. Pero qué pueblo este como tan aburrido. Subí a varias de las discotecas y estaban vacías de gente aunque llenas de música. Ha lloviznado, me siento cansado y como con sueño, así que lo mejor será irme a dormir.




Sin embargo antes de ir al Hoyo subí a la taberna La Terraza. Ahí sí había una gran concurrencia, música en vivo y un ambiente muy agradable. Pedí una cerveza y me puse a observar a la gente con la poca luz que había en el lugar. En esas una chica empezó a cantar con una voz hermosa. Tenía a su lado un portátil en el cual seleccionaba las pistas de las melodías. Qué maravilla la tecnología de hoy. Allí en su computador tenía toda una orquesta que le acompañaba sus canciones. El ambiente se puso aún mejor y todo mundo empezó a cantar con ella las canciones más alegres y entusiastas.

Dos, tres y hasta una quinta cerveza me tomé encantado de aquella noche deliciosa. En esas, nuestra artista cantó ‘Por las buenas soy muy buena’ una canción que hizo vibrar a todos los asistentes de la Taberna.

                                   ‘Aunque vengas de rodillas, y me llores y me pidas
                                   Te dedico esta ranchera por ser el último adios’

El ambiente a media luz de esta taberna es propicio para alguien como yo que está solo en este bar en el que estar acompañado es la ley. Pero me siento muy bien. No me preocupa la falta de compañía sino que que, por el contrario,  me siento satisfecho conmigo mismo. En esas se me ocurre pensar que tanta facilidad tecnológica y tanto énfasis en la imagen haga que dentro de unos años la gente vuelva a las cosas un tanto difíciles como leer y entonces mi diario hasta llegue a tener algún valor para algunos. A propósito, yo creo que estos relatos que escribo a corto plazo no tengan importancia, pero a partir de 10 o 15 años sí puedan ser interesantes. Por eso me esmero en escribir precios de los productos, en ubicar los sitios por nomenclatura, etc.

Y es que me daría por muy bien servido si algún nieto o bisnieto que herede mi capacidad de asombro y espíritu aventurero,  utiliza estas notas para rehacer mis pasos y utilizar el diario como bitácora. Algo así se hizo con el ‘Diario del Che’. Hace poco History Channel realizó varios programas con dos periodistas que viajaron por Suramérica siguiendo la misma Ruta del Ché Guevara y su acompañante. 

Pero sobre todo escribo pensando en que estas crónicas me puedan acompañar en mi vejez cuando alguien me las lea una y mil veces, como son las cosas de los ancianos, y yo me reconcilie con el pasado y con mi vida en una especie de ‘Confieso que he vivido’. Porque eso sí, sobre todo en los últimos años he disfrutado al máximo todo lo que la vida me ha concedido, que ha sido bastante. Una vez más, gracias Dios mío!

Por otra parte se me ocurre que estos diarios mejor redactados podrían servir como motivación para tantos turistas que van a los pueblos simplemente a sentarse en el parque a tomar cerveza. Si en algún café se les ofrece para leer el diario de ese pueblo, no faltará quien se interese en mirarlo y se anime a hacer recorridos similares a los que yo hago. De esa manera se estimularía el turismo ecológico y cultural y mis relatos serían útiles para alguien. Eso me gustaría: que lo que ahora escribo preste algún servicio más adelante.

En fin que la de hoy fue una noche deliciosa. La Chica del micrófono es de acá de Yolombó y lo que más me admiró es que muchas de las canciones que interpretó eran en inglés sí, ‘in english’ en un pueblo tan pobre y alejado de la capital como nuestra patria chica. Vea usted.  A las doce me fui a dormir, muy contento. La música siguió sonando y como a las cuatro de la mañana sentía yo desde mi habitación 307 a los jóvenes ya muy prendidos cantando por la calle. Pero cuando se tiene 58 años, a esa hora no hay como estar debajo las cobijas…


Sábado 10 de noviembre de 2007:

A las seis de la mañana, fiel a mi teoría que ‘no se puede dormir en dólares’, estaba yo andando las calles de Yolombó y probando un buñuelo con café donde quiera que había una fritadora caliente. Primero estuve en la plaza en donde tomé algunas fotos. Una de las casas antiguas mejor conservadas es una de dos plantas donde funciona ahora el Restaurante y Residencias Buenos Aires. Las escalas en madera que suben al segundo piso están desgastadas por miles de pisadas en pareja, furtivas, trasnochadas o con la ilusión que despierta la pasión.

Entré saludando ‘Buenos Dias’. Desde dentro una anciana preguntó ‘Quién es?’

                        ‘Con su permiso voy a tomar una foto desde el balcón.
                        Tranquila quédese descansando en su cama,  y muchas
Gracias’.  –  le respondí.

Cuál no sería mi sorpresa cuando ví cómo una de las puertas sin chapa estaba trancada arriba con unos pantaloncillos. El lugar estaba un poco sucio y desorganizado. Sin embargo, por fuera los balcones con algunas matas de flores es lo mejor que se aprecia desde el atrio de la iglesia.

El templo parroquial de Yolombó es grande, muy grande. Para nosotros era motivo de orgullo contar en Santafé de Antioquia que la iglesia de nuestro pueblo tenía no tres, sino cinco naves. Y aún mejor, el altar es en mármol legítimo, no como esas latas (de plata pura) que tiene el altar de la Catedral Basílica de Santafé.


Los vitrales de la iglesia yolombina, muy repetidos en las ermitas de otros pueblos, son bonitos. Me llamó la atención el mosaico del piso, ese sí inédito y poco común: unos cuadros pequeños en forma de damero blanco y gris oscuro ó, en solo mármol gris. El techo tiene unas vigas entrecruzadas y decorados en madera muy originales. Cada una de las cinco naves termina al fondo con un altar. En el exterior se ve la cúpula central rodeada de andamios por estos días, debido a una reparación.

De la iglesia me dirijo al cementerio por la calle 21 o Calle Zea.  Son las 6:30 y el sol se resiste a salir de su alcoba hecha de nubes blancas, por lo que aún no hay luz natural suficiente para obturar mi cámara. Doblo una de las curvas de la calle 21 y ahí aparece el obelisco del cementerio, allá al fondo, imponente y altivo. En las pocas fotos a blanco y negro que teníamos los Vallejo, ese era uno de los motivos que mostrábamos con orgullo a nuestros familiares en SFA. Es un obelisco alto y delgado, coronado por una cruz decorada con rosetas de hierro que, para nosotros en los años 50 era como un rascacielos.

Paso luego por lo que fue el Hospital, convertido ahora en Casa Gerontológica. Después sigo las instrucciones que me dio Elvia por teléfono, para pasar por la que fue nuestra casa cuando vivíamos en Yolombó. Es una de las dos casitas más descuidadas del sector, quizá la marcada con el número 15-91, y ubicada sobre el brazo derecho de la ye formada por la calle Zea y la carretera que en aquellos tiempos salía para Yalí. Con algo de nostalgia detallo en un silencio reverente  la casita en donde posiblemente nací yo o pasé mis primeros meses de vida.

Continúo por el costado oriental del cementerio hacia La Florida, un barrio en bajada que termina en donde se está pavimentando la troncal del Nordeste por donde ahora se puede viajar a Yalí, Vegachí y Remedios. Cerca de la nueva carretera hay una casa finca sobre un pequeño cerro con vista privilegiada sobre una amplia zona. Se llama ‘Loma Linda’ y sí que hace honor a ese nombre.

Regreso al Cementerio por la Plaza de Ferias. Solo hay allí un toro viejo que en silencio espera inocente el momento de sacrificar su vida para saciar el apetito carnívoro de los yolombinos. Fotografío una de las torres que a manera de garita adornan las esquinas del camposanto, de forma cuadrada y muy amplio. En todo el centro está lo que podría ser la capilla, adornada en sus esquinas con ángeles de tamaño natural. Tres de ellos piden silencio con los dedos puestos en los labios, en tanto que el cuarto ángel, ubicado en el punto más visible desde la entrada, toca una enorme trompeta y señala con el otro brazo el cielo, destino final de los cristianos.

Fotografío también algunas tumbas vacías con su interior húmedo donde crecen algunos helechos. Otra tumba cerrada tiene adherido a la lápida un carrito, como que fue el juguete preferido del menor fallecido.

Salgo del camposanto para observar y fotografiar el Monumento a la Madre, otra de las bellezas del pueblo y motivo de orgullo en aquellos tiempos perdidos en mi memoria pero frescos en el recuerdo de mis hermanas mayores. En la base de la escultura se lee:

                                   ‘Homenaje a la Madre Yolombó 1.931’

Es una escultura en mármol de carrara preciosa, que representa a una madre dando limosna a un mendigo con su mano izquierda, porque en el brazo derecho sostiene cargado, ‘tipo balcón’, a un niño de unos diez meses de nacido. La moneda que entrega la madre es muy evidente a pesar que la sostienen tanto la donante como el indigente. Los pliegues del manto de la madre tienen una caída perfecta, haciendo borlas o formando largas curvas hasta el piso. Tanto el camisón entreabierto y sin botones del mendigo, como la balaca que sostiene su cabello largo le dan a la imagen un toque muy natural. Mientras tanto el niño señala con sus manos el suelo como pidiendo libertad para andar solo y explorar con sus manos y boca el mundo nuevo que se abre a sus pies.

La mañana está preciosa. Saco las hojas de fotocopia de 75 gramos que utilizo tanto para escribir como para proteger mi rostro del sol, y apoyado en el muro de lo que sería el atrio del cementerio escribo estas líneas mientras contemplo extasiado la hermosa vista sobre el pueblo. La calle que arranca en el cementerio y llega hasta la iglesia principal se contornea caprichosa como serpiente huidiza. A propósito, Chela me decía ayer que nuestro pueblo parece un alacrán. Y sí, Yolombó tiene muchas calles que al igual que patas de arácnido bajan hasta las cañadas por senderos empedrados, curvos y estrechos. El obelisco del cementerio sería como el aguijón de muerte, erecto y amenazante, de ese insecto gigante cuya cabeza sería la iglesia de San Lorenzo.



Yolombó es un pueblo grande aunque bastante irregular. En sus alrededores hay mucho verde, bastantes árboles y potreros frescos por las lluvias recientes. Aunque hay algunos techos de zinc, la mayoría son de teja enmohecida con medias aguas inclinadas y cansadas de soportar el peso del tiempo.
Yo sé que mis hermanas no me perdonarían si dejo de entrar a lo que antes fue el Hospital del pueblo. Es una edificación con fachada de cemento, sin alero y con arco de medio punto sobre la entrada principal, típica de la arquitectura republicana de los años 40. Ahora solo viven allí siete ancianos, pero se espera que la próxima administración del nuevo alcalde Fernando Restrepo Gómez, permita que muchos otros ancianos puedan beneficiarse de ese hogar especializado.

Me devuelvo por la calle Zea hasta el parque principal. Entrando por el hoyo encuentro a la izquierda la plazoleta deprimida sobre la cual Benjamín Gómez tenía su panadería. Recuerdo muy bien aquella vez cuando vine a visitar a mis primos y podía comer hasta la saciedad las ricuras recién horneadas de la panadería de mi tío político. Ese olor a parva fresca aún penetra por mi nariz. Para los Gómez Villa los años 60 fueron épocas de bonanza, para mí esa fue una etapa de vida anónima e insípida.

En la parte de debajo de la plaza aún está el kiosco de la Sociedad de Mejoras Públicas. Seguramente lo han ido creciendo hasta como está hoy, cuando ocupa una cuarta parte de un parque principal pequeño y pobre en vegetación y ornato.

Debajo del atrio de la iglesia está la cafetería ‘Coffee Shop’, donde venden arepas rellenas con carne molida muy ricas. En todos los corrillos del parque los lugareños comentan con horror cómo en este día 10 del mes de las ánimas habrá cinco entierros de otros tantos fallecidos ayer. Una de las más dolidas ha sido la muerte de un conductor de colectivo de escasos 35 años a quien, como me decía  ahora un yolombino, ‘le falló el ariete’, queriendo decir que había muerto de un paro cardíaco.

En el ‘Coffee Shop’ desayuno con dos unidades de papa rellena y un café con leche, lujo que me doy solo en los paseos, pues cuando estoy en mi casa no pruebo los lácteos que tanto me gustan. La hija del dueño de este negocio luce en su muñeca,  de manos largas y delgadas,  una manilla  blanca que me recuerda la mano zurda de Ángela María Posada y sus variadas y hermosas pulseras. También pruebo un Milo caliente en pocillo cafetero por solo $ 800. En los pueblos menos desarrollados casi todo es más barato que en la ciudad. Acá el minuto de llamada a fijo o celular es a $ 250 salvo uno que otro torcido que cobra 200 pesos para ganar clientes.

Por 500 pesos el pasaje abordo un colectivo de Cootransyol hacia el sur con destino al nuevo Hospital San Rafael. La buseta sale por la Calle 20 o Colombia, la mejor presentada del pueblo, de curvas suaves y sin nada de verde. En el número 20-509 está la Escuela Josefa Romero Jaramillo. Esta calle Colombia no tiene esquinas, sino que es una única arteria cuya nomenclatura llega hasta el número 20-729. No conocía antes una calle de tantos metros de larga.

El San Rafael es un hospital regional de segundo grado a donde son remitidos los casos complicados de los municipios de Amalfi, San Roque, Yalí y gran parte del nordeste antioqueño. En Yolombó no hay mototaxis. Este recurso de transporte es más común en pueblos de tierra caliente en donde meterse dentro de la cabina de un carro es bastante complicado.

Más abajo del Hospital, en la salida para Medellín se encuentra la Unidad Deportiva la Vega, con piscina y cancha de fútbol con medidas reglamentarias. Como parte de la Unidad Deportiva está también el Coliseo Iván Vallejo Duque, como reconocimiento al alcalde que llevó el agua potable al municipio. Y sobre la nueva troncal del Nordeste está el nuevo matadero regional.

Subí de la Vega muy cansado y me dije: seguramente alguien subirá en una moto y me arrimará hasta el paradero de los colectivos. Me equivoqué pues no subió moto alguna. Pero sí bajó una cuyo conductor iba de salida para Porce y muy formal accedió a devolverse para llevarme hasta el barrio El Retiro, por los lados del Cementerio. Una vez más di la vuelta por el barrio Buenos Aires y pasé por el colegio Eduardo Aguilar.

Ya en El Retiro estuve preguntando por una tal Amanda Gómez, pero como que nadie la conocía. Gracias a la maravilla de los celulares pude comunicarme con Elvia quien me indicó la ruta a seguir. Así que justo al frente de lo que hoy es la  Casa de la Cultura está la casa donde venden la leche ordeñada y vive Amanda con dos de sus hijas.  Elvia Orrego, muy querida me indicó dónde podía verme con su mamá. En la carnicería del yerno, sobre la calle del Hoyo, allí estaba nuestra pariente con cara de matrona y tan bien conservada como siempre. 

La última vez cuando vine a Yolombó con mis hermanas reconocí a Amanda Gómez, la hermana de Benjamín. Ahora tiene 87 años que cumplió el pasado 9 de Agosto y sigue tan lúcida y amable como siempre. Amanda se alegra mucho de verme y me pregunta por todos mis hermanos. Luego me cuenta sus dolencias, que no han cambiado y siguen tan sufridas como hace 55 años cuando nació su hija Consuelo con problemas mentales. Todavía les hace pasar horribles noches en vela. 

Esta dama ejemplar me cuenta cómo ha enterrado a cinco de sus hijos, además del esposo Saúl Orrego a quien, en compañía de mi mamá, despedía cuando salía para su finca por el callejón del Canalón.

                                   ‘Yo me paraba en la calle a verlo ir – relata Amanda -,
                                   y Lucila por detrás de mí, boleaba un trapo blanco. Saúl
                                   pensaba que era yo la que lo estaba despidiendo y juntas
                                   nos moríamos de la risa’.

Amanda conserva el espíritu alegre que la ha caracterizado a pesar de sus pesares. ‘Soy feliz cantando y me encanta escuchar música vieja’, y hace poco sus familiares le regalaron  un equipo de sonido. Ahora Amanda quiere conseguir un CD con la  música vieja que tanto disfruta escuchando.

Ya logré lo que quería, entonces, qué me quedo haciendo en esta mi patria chica en donde esta tarde habrá cinco entierros. Además en el cielo hay nubarrones, y de pronto llueve por la tarde. Así que aseguré cupo para las 10:30 de la mañana en buseta rápida a Medellín por $ 13.000 para dos y cuarto horas de viaje, lo cual es muy barato si se compara con lo que cuesta el mismo servicio a SFA.
 
A cinco minutos de salir de Yolombó pasamos por ‘El Edificio’, una construcción grande de color verde limón, bastante vistosa y hacia donde don Enrique llevaba el viaje de arena de pega el día de mi llegada. 

La carretera está muy buena, de pavimento reciente, pero por las lluvias de los últimos días siempre nos detuvo un derrumbe grande del cual salimos cuando nos remolcó una máquina niveladora. ‘Este paso está más liso que nalga de novia bonita’, comentó alguien cuando la buseta se ladeaba y salió con dificultad en medio del barro mojado.

No me tocó un asiento con vista a través del parabrisas, pero  sentado en la tercera banca estiro mi cuello para no perder de vista la cinta de asfalto que me advierte de las curvas. De esta manera no hay incoherencia entre lo que llega a mi mente a través de los ojos y lo que mis oídos perciben cuando el carro voltea. Esta carretera tiene bastantes curvas, así que coloqué mi ropa sobre el asiento para sentarme en ella y mirar por encima del asiento delantero.

Hasta La Portada, en donde están las partidas para Amalfi el carro se demoró solo media hora. Es un trayecto en descenso sobre el cual casi no hay ninguna casa campesina. De ahí en adelante sí existen muchas viviendas, sobre todo de los trabajadores de las represas Porce II y III. Luego están las partidas para Gómez Plata y a tres minutos de allí se llega al ‘Restaurante Punto Aparte’ al cual no entramos esta vez.

El viaje de regreso fue muy bueno, al  fin  logré hacerle el quite al mareo colocando erguido mi cuello y mirando siempre para el frente. Nos demoramos dos horas y media, y eso contando los 10 minutos que estuvimos detenidos en el derrumbe. No recordaba que las partidas para Santo Domingo quedan entre La Pradera y Barbosa. De Yolombó a La Pradera es una hora y de ahí a Medellín una hora y diez minutos, en estas busetas de 10 pasajeros tan rápidas y ágiles. El pasaje en este medio cuesta relativamente poco, si se compara con los mil pesos menos que vale en buseta grande en la cual se pagan 12 mil.

Ya en Barbosa decidí dormir un poco para despertar casi en Girardota. Me bajé en Niquia y almorcé en el Éxito y después aproveché para averiguar más sobre la cámara Sony que deseo conseguir.