2011/01/27

Atenas


Martes 22 de junio de 2010:

De Split a la capital griega hay 707 kilómetros. El viaje hasta Atenas se hará a una velocidad promedio de 30 kilómetros por hora. Desayuné con Margos mientras veíamos sobre la proa y a través de la ventana del comedor cómo el barco se acercaba al puerto,  y la ciudad de Atenas se hacía cada vez más cercana y evidente. 



Entiendo que es una capital de cuatro millones de habitantes y sí se ve bastante extensa. No tiene rascacielos, seguramente hay prohibición de hacerlos, pero si hay bastantes edificios de diez pisos. Casi todos son de color blanco o crema, no con ladrillo a la vista como son los de Colombia.

Para entrar a lo que sería su parqueadero, el barco se desplaza muy lentamente. Acomodar semejante mole allí tiene sus riesgos, fuera de que es una embarcación que cuesta varios millones de dólares. Recuerdo cuando me deleitaba viendo llegar un crucero a Santa Marta. Qué maravilla que hoy llego a Atenas en uno de ellos.   Ahora se ven en el puerto de Pireo como cuatro cruceros más y muchas embarcaciones  pequeñas a un lado, en el muelle regional.

Los taxis en Atenas son de color amarillo, muchos marca Mercedez Benz que por acá es una marca como del montón. Se ven algunas motos y los buses de servicio urbano generalmente son de dos cuerpos unidos por un fuelle. Veo poca publicidad exterior, muy contadas vallas sobre los edificios. Los alrededores de la capital griega son montañas bajas al parecer muy estériles y con pocos árboles.



Al desembarcar un bus de un ancho inusitado que solo se mueve dentro del puerto,  recoge los pasajeros que luego deja en la puerta del muelle para salir a la calle. A pie llegamos hasta la estación del Metro donde compramos por tres euros cada uno, el pasaje que nos sirve todo el día tanto para el tren como para los buses urbanos.

No solo los camareros sino una señora del metro nos advirtió que deberíamos cuidar nuestras pertenencias pues a muchos turistas les han robado en Atenas. Sin embargo estando en el centro nos sentimos seguros.

Salimos hacia el Partenón desde la estación Pireos. Este metro no es subterráneo pero tampoco se desplaza sobre viaducto. Es un tren corriente que no solo produce al traqueteo de la separación de los rieles en los tramos antiguos, sino que se menea como el tren a Puerto Berrío. Puesto que va a ras de tierra, no es mucho lo que ve uno de la ciudad. Escasamente distinguimos el estadio de fútbol. Hace como 15 años Atenas fue sede de los juegos Olímpicos.  En las estaciones el Metro no tiene un tiempo máximo para arrancar, sino que a veces se demora más de los 3 minutos.  Una señora pidió limosna cuando arrancó el tren y al regreso había un señor pregonando las bondades de su novedoso producto: un colapsible de pega loca.




Al llegar a la estación cercana al Partenón, empezamos a caminar por un sendero bonito, empinado, pero difícil para nuestras piernas cansadas. Es la ruta que sube al monte Olimpo en donde están las principales ruinas griegas. A mitad de camino llegaban buses y taxis. Me parece que hubiera sido mejor llegar a ese punto en dos o tres taxis en vez de haber caminado tanto. Pero bueno, a veces uno tiene que acomodarse a lo que decide la mayoría.

Ya en la cima cercana al Partenón se ve la ciudad casi completa. Y en el mirador de más allá se puede ver la otra parte de la ciudad, la que no se percibe desde el puerto o el piso 9 del barco. En realidad Atenas es una ciudad muy extensa, poco vertical pero si muy amplia.  A primera vista parece una ciudad común y corriente, pero no, es bastante poblada.


Pagamos los 12 euros por persona que cuesta el ingreso al Partenón. Es uno de los pocos edificios de estilo dórico que se conserva. Se llama Partenón en honor de Atenea Partenos, la diosa griega. El ascenso por un sendero amplio y empedrado es difícil. Menos mal este medio día ha habido nubes que nos han protegido de los rayos del sol, porque ya hacia las cinco de la tarde el firmamento estaba completamente despejado y el sol era de verano puro.

Primero estuvimos en el Odeón, una especie de media torta de la cual se reconstruyeron las gradas y se conserva algo de las columnas. Más retiradas y en medio de un bosque se ven desde acá las columnas de lo que fue el Templo de Zeus.

Luego terminamos la cuesta para entrar al Partenón y ver las Cariátides. Ambas imágenes las conservo en la memoria pues cuando estaba en cuarto de bachillerato me llamaron la atención al verlas en el libro de Historia Universal, materia que me gustaba tanto como la Geografía. Por eso hoy soy viajero consumado. El piso de lajas de piedras de que está hecho el Partenón es bastante liso incluso en tiempo seco. Me imagino que en época de lluvias más de uno se ha caído contra el suelo resbaladizo.


Claro que para mí estar en el mismo lugar que sirvió de cuna a la filosofía occidental es casi que un rito sublime y por supuesto que un privilegio. Sin embargo dicen que cuando esta zona estuvo en manos de los turcos alguien vendió parte de las ruinas a acaudalados ingleses, razón por la cual las verdaderas cariátides y partes del Partenón se encuentran en museos extranjeros.

Recuerdo a Sócrates, Platón y Aristóteles de quienes tanto estudié su pensamiento. También vienen ahora a mi memoria los dramaturgos griegos. Y ni qué decir de los épicos con Homero a la cabeza; Sófocles, Esquilo y Eurípides, los más famosos dramaturgos. Me senté en una banca como de mármol a contemplar lo poco que se conserva del Partenón y a recordar las clases de tres profesores insignes que tuve en la Facultad de Filosofía y Letras de la UPB: René Uribe Ferrer, Beatriz Restrepo Gallego y Luis Javier Villegas. En silencio rendí homenaje de agradecimiento a estas personas que me enseñaron tanto acerca de la Cultura Griega y en general sobre la Filosofía como cumbre del pensamiento.   


Cuando se acercaba la hora de regresar al crucero, bajamos a pié hasta un bello parque. Mientras mis amigos tomaban vino yo aproveché un Internet cercano para escribirle a mi gente. Luego llegamos a la estación Monastiraqui donde hay ventas callejeras con todo tipo de mercancías. Pero a precios europeos que convertidos a pesos no son nada económicos. Unos duraznos que compró Ricardo me encantaron. Estaban tiernos y jugosos y son de los mismos que hemos disfrutado deshidratados durante todo el camino.


Una cosa que me gustó del Metro de Atenas es que la línea amarilla además del color dorado, está hecha con baldosas de caucho que tienen botones para crear sensación táctil en los pies de los usuarios y de esa manera queden advertidos que deben retroceder y no pisar la línea límite. 



Un taxi nos trajo de la estación Pireo del Metro hasta el puerto por 7 euros. El bendito se hizo el bobo y no puso a marcar el taxímetro. Que no hubiera sido por mis compañeras, yo hubiera cogido otro. El taxista estuvo en Cartagena en los años 60, claro, es que Grecia es un país muy insular y muchos hombres trabajan en los barcos.


A las seis de la tarde ingresamos de nuevo al crucero a escribir estas líneas y esperar las nueve de la noche para cenar con mis compañeros en el comedor del piso quinto.

Estuve viendo la salida del buque que concordó con el atardecer y la caída del sol. Muy bellos ambos espectáculos. Venteaba tanto que las banderas del barco flameaban a rabiar, parecía que se iban a romper. Con los últimos rayos del sol pudimos ver aspectos de Atenas que estaban ocultos.


Luego jugué ping pong con un noruego. Jugué mejor que él y creo que no se imaginó que yo le fuera a ganar. Estuvo deliciosa la cena en la mesa No. 11. Me recuerda aquellos años del Club Militar en Bogotá. Las comidas tipo gourmet, el lujo,  el buen  servicio de los meseros, etc. 

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